¡Por los clavos de Cristo! – Un relato sobre rockeros de más de 100 años –

Santi estaba en el hospital.

“La primera vez que vi un piano todavía no había escuchado nada de música. No entendía lo que era, pero enseguida supe que aquello no era un mueble, que aquello no pertenecía a la casa y que tampoco pertenecía a mi padre ni a madre. La primera vez que vi aquel monstruo me meé encima”

                       -Santi Cerberó. Entrevista en Mondosonoro Abril 1996.-


Santi estaba en el hospital.

Si conocierais a Santi, la frase os sonaría como un piano cayendo desde un rascacielos. Santi era inmortal, Santi era incorruptible, Santi era considerado (literalmente) un Dios en una isla de Haití. Una entidad divina.

Una vez dio un concierto tan borracho que cantó en arameo. Os lo prometo, cantó en arameo. Por supuesto Santi no tenía ni idea de arameo, pero una lingüista fan de la banda que estaba en tercera fila, consiguió una copia de audio pirata y publicó en la revista Rockslide una trascripción exacta de la nueva letra que Santi creó para “En el camino de oro” durante aquel concierto.

“Mi corazón es una lata de judías

Mi corazón pertenece a la jauría

La jauría clama lo suyo

Y yo llevo la señal en la frente.”

Durante más de 65 años el principal antagonista de Santi en todo aquel absurdo circo del rock había sido Miki. Si Santi salía al escenario sin camiseta, Miki salía sin piel. Si Santi aullaba como un lobo, Miki aullaba como una jauría. Si Santi se tomaba un gramo, Miki se tomaba el resto.

Pero ahora Santi estaba en el hospital y Miki le había conocido profundamente desde que ambos habían pasado un año juntos con la gira de “Cega-dos”. La gira había tenido que interrumpirse antes de tiempo porque Miki había contratado a unos matones rumanos para que cogieran a Santi y a su banda después del concierto, los ataran con cuerdas, les pusieran una venda en los ojos y se los llevaran a la Barranquillas en plena madrugada. Por lo visto, Santi y su banda habían estado molestándoles durante toda la noche anterior en el hotel.  Estaban tan drogados que les habían hecho las clásicas putadas: que si un hurón hambriento entre las sábanas, que si alfileres en la comida, que si una prostituta con SIDA ofreciéndose por las habitaciones…

Y ahora Miki estaba en la puerta de la habitación del hospital con aquella chaqueta del HyM pensada para gente mucho más joven que él. Miki no podía crecer ni un palmo dentro de aquella chaqueta. Los años le habían enseñado que aquello era bueno y también  malo.

En realidad, Miki era un tipo que caminaba.

No se detenía nunca. Había ido al hospital dando un paseo y se había fumado tres cigarrillos por el camino, se los encendía en marcha, inhalaba el humo en movimiento y lo dejaba atrás a cada bocanada. También era capaz de comer, beber, llorar y tocar en movimiento.

Pero ahora estaba parado en la puerta. Estaba parado por primera vez desde hacía bastantes años.

Miki pensó en aquella ocasión en la que Santi, borracho, se le había acercado tras un concierto y le había dicho: “Hoy las estrellas han bailado contigo, mamón”. Fue lo primero que pensó al detenerse después de tanto tiempo.

Al entrar por la puerta, Kira, la mujer de Santi, se giró como un girasol, con los ojos muy abiertos y el pelo muy leonino.

Kira odiaba a Miki. Ambos habían tenido un torpe encuentro una noche estando ella ya casada con Santi. A Kira le encantó aquel encuentro en el plano estrictamente sexual, pero se sintió defraudada cuando intuyó que a Miki no le había pasado lo mismo y lo corroboró al ver que nunca más insistió.

Había llovido mucho desde entonces, algunas gotas se habían ido por las alcantarillas, pero otras se habían cristalizado como estalactitas de Damocles sobre sus cabezas. Había tronado mucho, pero ahora eran unos viejos… así que podía tronar lo que le diera la gana.

“Cuando no llevo la guitarra colgando es como si no llevara la polla… ¿entiendes? Tío… ¿ has probado a agarrar una guitarra y a cantar por encima? El sonido viene desde abajo, te empuja. Todo ese rollo del piano, con el sonido ahí delante…tan lejos. Eso no es para mi.”

Miki para MTV España en un extracto de entrevista sobre la alfombra roja de los premios de la UFI.


Ahora Santi estaba en el hospital. Acostado a la sombra de un crucifijo. Estaba ahí, con su perfecto pelo rubio que se teñía cada dos semanas, entubado, con un cáncer de pulmón. Estaba perdido, los médicos le habían puesto perdido de morfina.

Miki pensó que aquella imagen era insólita porque Santi era inmortal.

Una vez, en un festival, por cuestiones organizativas Santi y Miki tocaron simultáneamente. Santi en el escenario Heineken con su banda Azteca y Miki en el Cd-Drome con Pasajero. Todo el público del festival se concentraba entre los dos escenarios. La división fue exacta. El mismo número de asistentes en cada uno de los conciertos. Santi quemó el piano en su actuación y Miki se quemó el pelo.

Los médicos no sabían nada de todo esto, los médicos pensaban que atendían al gruñón señor Cerberó, pero en realidad estaba atendiendo a Santi, un Dios entre los habitantes de una isla de Haití.

Hola Kira.

¿Qué haces tú aquí?

No lo sé.

Miki realmente no lo sabía. Santi y él se odiaban como el azúcar y la sal. Se odiaban porque eran muy parecidos por fuera y muy diferentes por dentro. Como la pólvora y el maquillaje. Como las dos amantes del mismo hombre.  No sabía por qué había cancelado aquel concierto y se había desplazado hasta allí. Santi y Miki habían sido amantes de Kira, pero eso no era importante. Solamente tiene gracia por haber mencionado anteriormente lo de las dos amantes del mismo hombre.

¿Puede oírme?

Ahora no, en un rato se le pasará la dormidera de la morfina. No creo que te entienda… le quedan unas horas, Miki. Eso dicen los médicos.

Miki pensó en aquella vez en la que un fanático disparó a Santi sobre el escenario y en la manera en la que Santi se quedó allí arriba a terminar el concierto. En el modo en el que, de vuelta al backstage, se hizo un torniquete y se sentó a esperar a la ambulancia y de cómo, finalmente, bajó de aquella misma ambulancia para hacer los bises a petición del público.

Kira cogió un bombón de la mesilla, eran bombones de champagne muy caros y no eran para ella.

Kira había sido una groupie. ¿No lo habíais pensado?

¿Sabes Miki? Yo creía que Santi era inmortal. Lo creía de verdad… una vez  volvió de gira con una libreta azul y un sintetizador nuevo, se metió en el maldito estudio y tardó seis años en salir. Seis putos años. Salió con una barba pelirroja inmensa, casi no lo reconozco. No sé lo que comió, no sé donde hizo sus necesidades… no sé nada.

Salió y editó un disco.

Yo…creía que era inmortal. Más inmortal que el crucifijo que tiene sobre la cabeza.

“Santi Cerberó ha envuelto con un papel de experimentación y sintetizadores su aportación a la música de nuestra década. “El sistema de la Roza” es una visionaria anticipación histórica sobre la transición democrática que acabamos de vivir, disfrazada entre canciones de elegante pop experimental, de sonido brillante y cantado con la voz del que ha vivido ya, dos de sus siete vidas: Una Dictadura y una transición hacia una democracia musical que no sabemos lo que nos deparará, pero que esperamos ansiosos.”

                                                                                                                                                                     ROCKDELUX – Febrero-  1988


Kira y Miki se pusieron al día.

Kira estaba preparando una exposición nueva y Miki empezaba la gira de su nuevo disco.

Esta será mi gran gira, lo he preparado todo hasta el milímetro, he ido a clases de voz después de tantos años, tengo la mejor banda y un espectáculo visual único con un sistema de proyecciones que emulan el láser que dejó ciegas a todas aquellas personas en Alemania. Quiero hacer un documental con este material y quiero estar ahí arriba.

Miki miró a Santi, dormido.

Necesito dar el paso, necesito permanecer. Tengo casi la misma edad que Santi : 82 palos. Tengo que poner la guinda. Quiero estar en la cima.

Santi abrió los ojos y miró fijamente a Miki, que se sobresaltó. Su mirada no quería decir nada, por eso era tan aterradora. Luego miró a Kira. Se arrancó la vía intravenosa, se quitó el oxígeno y, sin decir nada, se puso en pie, y se marchó a un hotel a componer una canción.

Los dejó a los dos mirando al crucifijo de la pared, los dejó a los dos allí clavados.

Por eso Santi era el mejor, por eso Santi parecía inmortal.

“El tiempo nos dará la razón. El tiempo nos recogerá. El tiempo nos curará a todos”  Esas tres frases retumbarán para siempre entre las paredes de la sala Sol de Madrid, porque sobre todo, Bisontes, el nuevo e insospechado proyecto de Santiago Cerberó y Miki Final, es un grupo de ecos. Un grupo nacido para permanecer. Para imprimarse en el ambiente y quedarse grabado como una psicofonía que se aprecia mejor cuando se escucha dentro de tu cabeza que fuera de ella. Bisontes permanecerán, porque regalan ecos. Porque se escuchan en riguroso diferido desde fuera hacia dentro. Muy adentro.”

Rolling Stone 1999

Miki estaba en el hospital

Le había dado un infarto en la cama. Se había puesto hasta el culo antes del  concierto, había sentido un dolor de espalda que al principio achacó a su nueva guitarra y había terminado con una aspirina bajo la lengua y un catéter en vez de un palo de micro.

A Miki lo que más le dolía era que nadie creía que era inmortal. Él mismo sabía que no la había palmado de milagro.

Cogió un bombón que alguien había dejado allí para él con una nota.

Sabía a champagne.

Miki cogió el papel y lo leyó:

“Tonto el que lo lea”  – Santi.

Miki se levantó, arrastró el catéter hasta el taxi como hacía con el palo de micro sobre el escenario y se marchó a su casa a componer una canción.

Nadie sabe como terminará esta canción,

El rock se escribe a sí mismo

El tiempo nos ha dicho como es el ciclo de una manzana, de una hormiga y de un cóndor,

Pero el Rock es joven, y el tiempo todavía no ha podido estudiarlo.

Y ahora, mientras canto,

No hay reglas.

Nadie sabe cuánto va a durar mi rock and roll

Nadie ha visto todavía el ocaso de todas las estrellas

Mi rock está en prácticas

Y yo juego a los dados con mi voz

Y con mi piano”


Santi estaba en el ataúd.

Kira le hacía de barquero bebiendo vodka. Qué locura, el viejo Santi había muerto con 107 años y todavía se subía a los escenarios de vez en cuando. El barquero se hundía.

Luis Estévez, el anciano guitarrista de Pasajero, le acerca una cerveza a Miki.

Parecía inmortal. Es increíble.

Miki ignora el comentario y se acerca al ataúd.

Le gustaría decirle algo a Miki, algo grande.

Al final he ganado.  Algo así.

Pero Miki mira el crucifijo metálico de la caja del ataúd y recuerda un momento del último concierto de  la gira que ambos hicieron juntos. Puede observarse detenidamente sobre el escenario, como un espectador más y puede ver como, mientras Santi toca el piano, él mismo apuntala un clavo en la mano de una escultura de Cristo. Lo hace con un martillo de carpintero y va loopeando los golpes sobre la madera que van tejiendo un manto de percusiones sobre los que Santi templa una melodía.

Todo aquel tema de loopear los clavos de Cristo les había traído un montón de problemas para emitir el concierto por televisión e incluso algunos pesados de la iglesia habían puesto el grito en el cielo durante un par de semanas.

Miki observa el crucifijo y, durante un instante, le parece que vibra. Aquel Cristo y aquel metal, ahora respiraban.

Detrás de Miki, un niño rubio golpea las teclas del piano y todo el mundo se gira. El niño golpea dos veces más. Casi no llega al teclado pero se las arregla para aporrear las notas y llevar la mano progresivamente hacia la zona más grave.

El crucifijo que hay sobre el piano tiembla. Cristo baila.

El niño, sin dejar de aporrear el teclado, se sube a la banqueta y comienza a aullar encorvado.

La multitud da palmas al ritmo de la mano del pequeño, así que el niño aúlla complacido.

Todos están muy borrachos, son los amigos del músico. Son todos músicos, claro… ¿no lo habíais pensado?

En el arrugado y operado pecho de Kira, un crucifijo de oro vibra con el retumbar del piano. Cristo parece saltar en un castillo hinchable a medio fuelle. El niño está tocando tan fuerte y sus aullidos son tan puros, que la sala tiene que coger aire y aguantar todos los secretos que guarda celosamente entre sus cuatro paredes.

Miki mira al cadáver, Santi tiene algo distinto en la cara.

En la tapa del ataúd, abierta hasta la altura de los brazos cruzados de Santi, el crucifijo metálico pierde un tornillo y vibra picando sobre la madera de la caja como un buitre carpintero.

Tacatacatacatacataca….

Bailaré sobre tu tumba.

Durante un momento, Miki piensa en Kira y se imagina teniendo una vida con ella, siente vértigo y reflexiona sobre que quizás haya desperdiciado sus días enteros probando cosas. A sus 101 años, a Miki le da por pensar que quizás él no haya sido más que un vulgar probador de venenos, mientras que Santi quizás sí ha sabido profundizar en alguna fórmula.

Miki gira la cabeza y la panorámica de su mirada termina sobre Kira y el niño en el piano. Miki piensa en la gran diferencia que existe entre moverse solo y moverse acompañado. En que la soledad invita a un movimiento perpetuo. Al poco repara en que dentro de la inercia, el movimiento es lo que es. Así que un hombre sin pies puede llegar a sitios donde los demás hombres tropiezan.

Kira se acerca al piano y le ofrece la mano al niño que saluda mientras todos aplauden. La única hermana viva de Santi llora como lo hacen las señoras de 85 años.

Kira y el niño se acercan a donde están Miki y Santi dentro del ataúd. Un dueto imposible.

Y ahora, Santi…quiero que te despidas de papá. Porque papá se marcha al cielo.

Todos escuchan la frase. Todos son músicos. El 25 por ciento piensa en Hendrix, el 10 por cien en Kurt Cobain, el cinco por cien en Marley, el 25 en Jim Morrison y, curiosamente, el 35 por ciento piensa en Mercury. Todos piensan en la mentira.

Miki quería creer en la mentira. Y realmente tenía motivos para ello, porque la mentira era lo único que le había salvado y él sabía que todos los niños como aquel del piano, creían en la mentira y poco a poco la iban dejando de lado. Su teoría era que si perseveras en la mentira, entonces esa mentira se hace realidad, y luego otra mentira…y luego otra, y desde ese mismo momento, mentir no es más que anunciar lo que vas a hacer. Lo que va a suceder. Porque al final, todas las mentiras se cumplen. Al final, la mentira manda.

El niño, elevado en los brazos de Kira, contempla a su padre vestido como en los conciertos.

En el alféizar de la ventana, dos pájaros quebrantahuesos miran la escena desde el otro lado del cristal. El de la izquierda estira el cuello de la misma manera que hacen los buitres y comenta: Pensé que era inmortal…

Kira insiste:

Al cielo del rock and roll, hijo. Donde anidan las estrellas.

Algunos de los amigos del músico piensan ahora en Joplin.

Miki les observa perplejo.

Las estrellas no anidan, Kira.

El niño le mira, le pone el dedo en la nariz y le dice:

Papá me dijo que cuando vinieras a verle al ataúd te dijera:” Jódete, mamón. A lo mejor todavía me levanto de aquí y me toco el último tema.”

Kira empezó a reírse. Primero bajito y a trompicones y al rato, alto y estridente.

El niño volvió a gritar:

¡Escuchadme todos, mi papá me ha dicho que os diga que os pongáis manos a la obra y que os toquéis algo!

Javier Pereira de Phenomeno ya hacía rato que tenía enchufada la guitarra y Meco tenía una acústica negra. Lolo de Roble se puso al piano y empezaron a tocar “El camino de oro”.

El niño miró a Miki fijamente, y Miki cantó:

“En el camino

De oro y pasos trans-parentes,

No hay huella, amigo.

Ay A-migo!

De dónde vengo no te lo cuento

A dónde voy, ni lo imagino.”


El Cristo del ataúd, el que estaba sobre el piano, el que descansaba entre los pechos de Kira, el del hospital, los rosarios de las señoras, los de las iglesias, los de los colegios, el de la capilla del aeropuerto y sobre todo aquellos dorados que cuelgan de los pendientes, todos esos crucifijos y muchos otros, vibraron y bailaron en ese momento.

Todos juntos bailaron sobre la tumba de Santi. El Cristo de la Iglesia también se agitó, se meneó tanto que se le cayeron los clavos de las manos y se vino abajo, sostenido solamente por el clavo de los pies, colgando sobre el altar, invertido.

Santi, con tanto estruendo, salió costosamente de la caja, miró a su alrededor muy enfadado y se fue a casa a componer una canción sin decir ni media palabra.

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NOTA:

-Este relato viene con una lista de canciones de rockeros ancianos: ¡Por los clavos de Cristo! , podéis escucharla, completarla o ignorarla sin problema alguno, si algún día os apetece oír esas canciones, estarán ahí para siempre.-


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