La mayor parte los pianistas casi nunca tocamos un piano. Es por eso que la experiencia sigue resultando tan excitante. El instrumento es tan agradecido que casi no se desafina. La guitarra es pequeña, manejable como una mujer y blablablá… pero se desafina con el uso. El piano es mucho más masculino. Se desafina si nadie le pone los dedos encima de vez en cuando. Se vuelve ininteligible. Para colmo, cualquier guitarrista sabe poner a punto su instrumento, pero cuando un piano se pone enfermo estamos jodidos. Hay que llamar a un tipo para que venga, lo afine, le cambie una cuerda… y sabe Dios que más cosas.
Por supuesto, el piano se permite todo esto porque sabe que él lo vale.
Afinar una guitarra es un trámite cotidiano, cambiarle una cuerda es como poner una tirita. Pero cuando ves a un desconocido poniendo a punto un piano, por pequeño que este sea, estás asistiendo a algo muy parecido a una intervención quirúrgica.
Ya sabéis, hay que abrirlo, hay que echarse encima, hay que acariciar, hay que aporrear…
Mi viejo me llamó porque definitivamente me regalaban el piano de su novia. Supongo que cada vez tenía menos sentido que aquello estuviera ocupando medio salón. Habían tenido que llevarse a mi abuelo a casa hacía ya más de un año y… joder, al fin y al cabo, yo soy músico, ¿no?
Supongo que si no me hubiera apetecido tanto tenerlo no habría sido tan rápido, pero me faltó tiempo para alquilar una furgoneta y pasarme a por él.
Había cenado con mi viejo y convenimos que me acercaría cuando me diese la gana a recogerlo. Al día siguiente, a eso de las 9:30 ya estaba abriendo la puerta de la casa de su novia con unas ganas tremendas de bugui bugui en las puntas de los dedos.
Allí no había nadie, pero con eso ya contaba a esas horas. Estaba el abuelo, pero bueno, al fin y al cabo llevaba técnicamente “ausente” veintidós años…así que en el hipotético caso de que le importunara mi visita, esto no sería más que una grata noticia para el resto de mi familia.
Entré en el Salón.
Ya lo había visto otras veces. De hecho, anoche había podido admirarlo durante la cena. Lo sentí diferente entonces…las cosas empiezan a parecer diferentes en el mismo momento en el que las sientes tuyas.
Hoy lucía aún más distinto, hoy era completamente mío.
Me acerqué, moví la banqueta, levanté la tapa, aparté la telilla del teclado y lo miré.
Oye…mira, ya te lo dije, abordar un piano es de lo más parecido a abordar a una persona. Puedes hacerlo como te dé la gana. Puede que resulte y puede que no.
Así como lo oyes.
Por supuesto, puedes hacerlo apuntando a las teclas que quieres que suenen, buscando un efecto concreto. Pero lo más sencillo si tienes prisa, es recordar simplemente qué teclas no debes pisar casi nunca.
Cuales no debes pisar si es posible …
y aquellas que jamás deben sonar.
Ese es mi modo de proceder normalmente con los pianos.
El teclado estaba bonito, tenía el nácar oscurecido por el tiempo. Frente al blanco nuclear de mis sintetizadores, aquel piano barato me hacía sentir adulto, pesado y sexy.
Creo que gran parte de la magia de un instrumento está en el modo en que te hace sentir cuando estás junto a él.
Ni siquiera hablo de tocar juntos.
Hablo de estar.
Puse las manos encima.
Ya lo sentía. Aquel piano no era de cola ni nada, era un Yamaha barato… uno de esos que compran las señoritas cuando tienen el capricho de aprender a tocar “Para Elisa”. Aun así ya sentía ese maldito efecto…
Todos estos pianos cabrones lo provocan.
Mirad… las comparaciones son odiosas, joder, pero es que la guitarra la coges como a un niño para darle unos azotes, mientras que aquí te sientas, pones las manos en los controles y es como estar en un maldito caza de combate aéreo.
El cacharro te rodea, la superficie te refleja… es como ir en coche, una prolongación de ti mismo.
Un artefacto perfecto para hacer locuras.
Ya sabéis, la primera impresión es la que cuenta…así que toqué un acorde de Fa sostenido.
Estaba desafinadísimo.
Instintivamente Do mayor, Do menor-
y con desdén un acorde diabólico al azar. Con la mano muerta.
Absolutamente desafinado.
El relato hubiese estado precioso si hubiese podido largarme un temazo…
Reparé en que la tele estaba en el modo AV, muteada y con la pantalla negra. Siguiendo la tenue estela de la pantalla llegué a la cara del abuelo. Entretenido dentro de sí mismo, supongo.
No es que en mi familia no se ocupen del abuelo… seguramente mi padre le dejaría algo puesto, se iría la luz y la tele se encendería de nuevo en modo de vídeo.
No parecía que el abuelo notara una gran diferencia con la programación «normal».
Lógico por otra parte.
Mientras veía la escena pensaba en que la nieve de las televisiones está en peligro de extinción. El digital provoca un pantallazo negro o esas franjas verticales grises. Quizás un fotograma congelado…pero no la nieve que todavía asocio con esa ausencia de señal.
Esa nieve…como los perros que se rascan en las aceras, como el aceite de ricino o los pianos en los salones…ya casi no existe.
El ruido cambia.
Seguía frustrado con el tema del piano.
La menor.
Desafinado.
La idea inicial era fumarme un porro mientras probaba el piano allí mismo, pero sin la coartada de tocarme unos temas me dio miedo hacérmelo. Supongo que si mi abuelo se levantara y le dijera a mi padre que he estado fumando marihuana en el salón seguiría siendo una buena noticia familiar… pero menos.
Me levanté a sintonizarle algo.
¿Sabéis todo lo que dije antes de los pianos? Pues me lo paso por el forro de las pelotas. Ojalá tuviera aquí y ahora una guitarra para darle candela. Me cago en la puta!
Ponían un programa de salud y todas esas cosas que ya sabéis que echan por las mañanas. Le dejé puesto el programa de salud.
Vosotros habríais hecho lo mismo. Ya lo sé.
En la esquina del televisor ponía que eran las 10:06. Faltaban como siete horas para que volvieran y hasta la noche no tenía que devolver la furgo.
Estaba claro que hasta que mi chica no diese señales de vida nunca podría mover aquel cacharro solo y no tenía nada mejor que hacer que rebuscar entre los discos de mi padre.
Vale… iba a fumarme ese canuto. ¿Por qué no?
En la tele explicaban como tomarse la tensión con un aparato bastante caro.
Bajo los efectos de la marihuana la colección de vinilos de mi padre no estaba nada mal. Muy pocas guitarras para la mala leche que tenía encima … pero acababa de descubrir una jugosa selección de Rock Sinfónico que podía salvarme la mañana.
El ruido cambia.
“Yes”, “Pink Floyd”, “Alan Parsons”… me puse el Tarkus. Solo recordaba que la primera canción duraba 20 minutos y no se podía tararear.
Además, en ese momento me pareció que tenía la mejor portada de la historia.
A tomar por culo.
Te diría que te pusieses el disco, pero reconozco que Tarkus no es apto para cualquier situación.
Como el armadillo de la portada.
De todos modos, al poco descubrí que si había buen momento para las cadencias «raras»… Era aquel.
Después de veintidós años, el abuelo me miró y me dijo:
“Dame una calada, hijo”
¿Qué queríais que hiciera? Estaba ahí al lado y no lo conocía de nada… todo lo que sabía de él es que era bastante juerguista y que lo último que hizo antes de callar para siempre fue responderle al médico “¿Ud que cree?”
Nadie me dijo nunca lo que el médico le había preguntado, supongo que le preguntó si bebía…pero creo que, de todos modos, la pregunta no contaba demasiado… a partir de ahí no dijo nada más pero su actitud nunca dejo de ser la misma.
Ya sabéis…actitud de “¿Vosotros qué creéis?”
Me refiero a todo.
Siempre simpaticé con el personaje que me imaginaba habitando su cuerpo.
Además, mi abuelo vestía de muerte. Vestía como un asesino.
Pues eso… ¿Qué queríais que hiciera? Le pasé el porro.
A lo mejor resultaba que mi familia sí parecía la de una película de terror.
Antes de decirle nada ya estaba pensando que seguramente no contestaría y que no podría explicarle todo esto a mi padre porque el abuelo se callaría antes de que alguien llegara.
Miré al frente y vi el piano sonriendo como el gato de Alicia.
“No seas agarrado, hijo…sirve unos güisquis, que estos cabrones no llegarán hasta bien entrada la tarde…”
Me levanté y abrí el mini bar.
No me reflejé en la puerta.
“Bien, chico… ¿y a ti que tipo de mujeres te gustan?”
Eso me dijo… no me dijo nada más. En realidad no creo que supiera mi nombre siquiera, aunque también podía ser que estuviera consciente todo este tiempo y no hablara porque simplemente no le daba la gana.
Bien pensado, es una pregunta bastante lógica entre dos caballeros a la hora de pasarse un cigarro y relajarse un poco… ¿de qué íbamos a hablar si no? ¿De pianos?
Le contesté que me gustaban las tías algo afectadas…estudiantes de arte y todo eso. Más bien autodestructivas. Le solté un rollo inmenso sobre las ojeras, la delgadez, los trastornos alimenticios y el tabaco.
Le hablé de mi novia, que estaba a punto de llegar para ayudarme con el piano.
Por momentos sentía que hablaba con un completo extraño y en otros sentía incluso ganas de que la conociera.
Cuando terminé, el abuelo me pasó el porro de vuelta, me miró fijamente a los ojos y me dijo:
“No seas imbécil chico. No jodas. Si quieres un consejo, olvídate del piano”
Bueno…Supongo que no puedo escoger lo que me gusta. Le dije.
“Chico…no seas idiota. Hay muy pocos pianos que se lleven bien con las mujeres. Este no es uno de ellos, créeme.
La única mujer que ha conocido este piano en su vida, te lo está regalando a ti ahora, después de haberlo tenido ahí muerto de asco todo este tiempo.
En cuanto lo afines y lo reanimes un poco…
en cuanto note que tiene tu atención.
Tu novia estará perdida.”
Fue lo último que dijo. Después de hacerlo su mirada volvió a perderse donde nadie pudo atraparla.
Volví a mirar al frente y el piano tocó una melodía desafinada.
Ya sabéis, las teclas se pulsaban solas como en las películas de terror antiguas.
Mi novia timbró para que que bajásemos el piano.
Sí?
Sube.
Cargamos el piano y bajamos con él las escaleras, y despuès continuamos bajando en la calle, atravesando el pavimento hasta las alcantarillas, y luego perforando las paredes de los sumideros para cavar túneles en la tierra, separando las placas tectónicas, a través el barro, del fuego y de las corrientes.
Y ya nunca más dejamos de bajar los tres juntos.